viernes, 14 de diciembre de 2007

Will you marry me when you are seventy? You'd have nothing to lose.

Salía felizmente de mi adorable establecimiento con una crema de 7 euros para quitar roña de la cara (pensemos en las cremas: qué malestar; qué asquerosidad. De la talla a ser papel de vater. Si fuera un objeto no sería, sin duda, ninguno de estos). Pasé delante de una parada cuando una menuda señora de abrigo granate me cogía el brazo pidiéndome que le mirara a qué hora salía su bus número 5. Miré la pantalla y le dije que no proyectaba ningún horario. Míralo en el poster, me dijo. Y eso hice. Acerqué mi nariz hacia esos numeritos (porque mi lastimada vista no me permite adoptar el rol de águila). Fue entonces cuando la pequeña mujercita volvió a coger mi brazo, pasó sus manos por mi cuello y escondió su cabeza en mi hombro. Pensé que aquello fue, probablemente, lo más dulce que me hayan hecho nunca. De forma inesperada, empezó a besarme el pelo y las mejillas. Y algo que parecería absurdamente estúpido y perverso se convirtió en algo tierno y azucarado. Me abrazó con una fuerza sutil, me agradecía la bondad que estaba teniendo con ella y me deseaba felices fiestas. Le dije la hora; ella se sentó y entonces me aparté. Le dije que se esperara 4 minutos que en seguida iba a aparecer su máquina de transporte. Pero no me dejó acabar. Se volvió a lanzar intrépidamente a mi cuello. Y me besó hasta que se le acabaron los besos para mí. Me alejé mirando la parada, como recordando cada escena, para siempre. Haciendo una fotografía con mi mirada.


Fui al gimnasio y, al volver, me quedé en el coche. Miraba las luces de navidad y pensaba cómo ha cambiado mi vida en poco tiempo, y cómo cambiará. Entonces, sin saber por qué, me eché a llorar. Pero no estaba triste; aunque noté cómo ardían mis lágrimas en las mejillas y se fundían en mis manos como sulfuro.


Esta mañana he ido a la cocina y he abrazado a mi madre. Y a alguien más (tengo épocas de empalagosa empalagosidad). Me he tomado mis dos dosis de cafeína y he salido corriendo hacia el coche.


Y aquí me quiero detener. Porque he hecho algo que ha pasado de castaño oscuro (castaño oscuro es una expresión que nunca he acabado de entender, pero bueno). Me he pasado todo el trayecto (cuidado que es fuerte lo que voy a contar) SIMULANDO EN VOZ ALTA LO QUE SERÍA UN DUELO DE SUPERMODELO. Es que me ha afectado mucho. Qué daño me ha hecho ese programa. “¿Sandra, podrías decirnos qué tiene tu cuerpo mejor que tu contrincante?”. “Sí, por zupuejto (porque además le ponía acento andaluz). Ejke mis piernna zon má artas. Yo ezke cogí mi metro, er de que te zirve pa viaja no. Er de que te mide, ¿zabe lo que te digo? Bueno, pué me cogí eze y me medía uno oshenta y osho. Pero que luego rezurta que aquí mido uno sintuantaiosho, pero que é argo totarmente irreá, porque en mi caza no zalía tan malamente” (…). Y así me he tirado toda la carabana. Que me pregunto yo qué habrán pensando los conductores que me habrán visto esta mañana. Perdón por los traumas causados. El señor de la foto (que más que Gollum yo le pondría la foto de un insecto palo con unas gafas de pasta apañadas con el photoshop) estaría contento.


En prácticas de dinámicas de grupos hemos hecho una actividad en la que tenía que adoptar un rol de líder autoritario mientras mi grupo construía una estructura con pajitas y alfileres. Ha llegado un momento en el que he creído pensar que la gente me iba a pinchar un alfiler en la boca, o meterme la estructura por el recto. “Pues hazlo tú”. “Es que no haces nada”. La gente se rebotaba, me miraban con odio; y yo me giraba cada dos por tres, tapándome el aire entre los dientes. “Pon esto aquí”. “¿Quién ha hecho esto? Porque es muy feo. Cámbialo”. Lo fuerte es que la gente lo hacía con la mirada cabizbaja y como pensando “¿esta tía tendrá la regla? ¿es idiota y nos hemos dado cuenta ahora? ¿algún trauma de la infancia? ¿por qué no pone ni una pajita, es que es manca? ¿serán sus manos de plástico? ¿alguien puede comprobarlo disimuladamente?”. Cuando me han avaluado como líder, me han dado la puntuación más baja. Y yo no podía dejar de reír (sólo espero que no me peguen por los pasillos)(y si tuviéramos taquillas molongas como los americanos, que no me dejaran ahí encerrada a mala leche).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precisamente andaba yo ahora estudiando el poder en las relaciones sociales y el liderazgo en los grupos :s

La escena de la mujer es realmente tierna. A veces me pregunto porque somos tan jodidamente correctos todo el tiempo cuando algo así nos devuelve la vida y es lo que nos hace pensar que somos humanos y que la vida es otra cosa distinta a la que aparentamos vivir. Sé que no lloraste de tristeza porque a mí, de vez en cuando, también me vienen esos días en los que sencillamente me dejo fascinar por la vida, los mecanismos, las personas y la psicología y se me escapan las lágrimas y algún que otro suspiro.

Un beso enorme. Como líder autoritaria no sé, pero como bloguera eres de mis favoritas.