lunes, 8 de enero de 2007

Que quiten los exámenes; que los quiten.

Tic tic tic tic tic. Estaba estudiando (luego desarrollo el verbo “estaba –primera persona, yo- estudiando”) y, de repente, así sin avisar ni nada, unos soniditos me perturban. Qué miedo, qué desolación. Sola en casa, alguien me atacará y yo sólo podré golpearlo con mis apuntes. O con la carpeta, que pesa más. O con la botella de dos litros de agua (que no hago ningún uso de ella, pero tantos años –como si fuera Matusalén- de biblioteca me han hecho aprender que una tarde de estudio no es nada si no la compartes con litros y litros de agua).

Y después de toda la tesis de (coged aire que el nombre es un poco largo) “No me puedo concentrar porque creo que mi perra se está rascando y hace ruido contra el suelo con su pata pero yo ya me flipo que vienen a asesinarme (no es bueno leer novelas)”...

Stop.

Bueno, vamos a ver. Aquí estoy, intentado explicar algo con continuidad, y otra vez aparecen los ruidos. O el vecino está haciendo el taburete de cinco patas con decorado rústico que aprendió en el programa cinco de Bricomanía, o mi perra se está masturbando (siempre lo hace), o realmente me vienen a asesinar. Podría hacer un testamento así improvisado, pero voy a seguir con lo que había empezado, que creo que nunca jamás me había dispersado tantísimo. Lo que tienen los sonidos.

Voy a ir al grano (qué ganas tenía de poner esta frase para quejarme de lo fea que llega a ser). Tengo los exámenes a la vuelta de la esquina (ya que hoy va de frases, me gustaría saber de dónde surgió ésta: ¿las esquinas tienen vuelta?) y no me concentro. Creo que ya ha quedado ejemplificado con la paranoia inicial, pero es que mi desarrollo cognitivo se está ampliando tantísimo buscando nuevas formas de escaqueo, que me asusto de lo lista que puedo llegar a ser. Ya hago asociaciones de donde no las hay. Aunque eso no es todo. He visto incluso la película de Pulgarcita. ¡Pulgarcita! Y cantaba y repetía diálogos, no creáis. Que por cierto, asco que dan las películas de Disney. Protagonistas guapos (confieso que de pequeña sufrí una enajenación mental por pensar que el príncipe Cornelius estaba bueno; de hecho, hasta el Son Goku tenía su morbillo) que se enamoran de buenas a primeras (nos tienen engañados. Gracias a dios que luego las niñas inocentes pasarán a leer la Super Pop y podrán ver la realidad a través de emotivas cartas de supuestas lectoras –nunca jamás de los mismos redactores- desesperadas comentando que “ese chico me mola pero pasa de mi. ¿Qué hago?”) y al final se acaban casando y viviendo felicísimos. La última escena suele ser un beso, para ser más tocapelotas y crear más disonancia magnética. Pero que me la creen, eh. A mí que me la creen. Así atribuiré mi malestar a las películas Disney y no a que no hago ni el huevo (y dale con las frases; pues claro que no hago ni el huevo, ¡ni que fuera una gallina!).

Luego vendrá el estrés, que lo sé yo. El estrés, el vivir en la biblioteca, el ser un ente antisocial… como el mito de la caverna; igualísimo. Lo veré todo pasar, así con rintintín, sentadita en una silla, que puede emular perfectamente una roca, de la biblioteca, que también se puede hacer pasar por la cueva. ¿Qué digo? Si es que ya no lo sé. Ahora que alguien me diga a ver qué pintaba aquí Platón. Los años de Bachillerato tampoco pueden ser buenos.

Basta, basta. Que las hojas blancas ya me miran mal. Mi último escaqueo del día creo que ya ha sido éste, ponerme a escribir tonterías cuando en realidad tendría que estar redactando cómo los inputs sensoriales dirigen la conducta a través del sistema motor, y cómo actúa éste último. Si es que ya veis, una fiesta apuntilística.


viernes, 5 de enero de 2007

Magos, no sé. Dulces, un rato.

Yo ya no sé por dónde cogerme. Dos días que me pongo el despertador a las nueve, y dos días que llego a las 11 a la biblioteca. Lo que haga en ese período de dos horas es una teoría proclamada por mí misma llamada escaqueum maximum, léase ir al Mercadona (aquí me pregunto por qué siempre tengo que hacer amigos de la tercera edad en sitios públicos), leáse pasarse mil minutos sentada al lado del radiador con un té en la mano (en realidad, en el suelo. Porque la tecnología microondística y yo no nos llevamos demasiado bien: todo lo que pongo sale achicharrado y no hay quien lo aguante), léase quitarse poros (lo sé; hay cosas que en los espacios públicos, donde, además, pueden haber menores, no se deben contar. Lo siento, es un capítulo de Barrio Sésamo que me perdí mientras miraba Sensación de Vivir, donde lo proclamaban todo a los 4 vientos) (Podría haber dicho otra serie pero hoy he visto un cromo_de_chicle de ésa y me he traumatizado), léase otras cosas que por alto contenido erótico no vamos a contar (que no; pero es por ir de interesante).

Y todo empezó por comer pasas el día de nochevieja, que lo sé yo. A mi me da igual que en Italia se pongan tangas amarillos (dios mío, qué horror un tanga amarillo) y coman lentejas (perdón por la información dada; si es incorrecta le vais a la señora de la mercería de Bac de Roda –para mapas de la zona, clicad AQUÍ- y le comentáis por qué se dedica a engañar a las jovenzuelas), yo tendría que haber comido uvas y punto en boca. Pero no. Como suceso paranormal, de esos que te dan ganas de llamar a Expediente X si tuvieras el número, dos pringados se quedan sin provisiones de uvas. Bueno, ni provisiones ni nada. O miran las uvas ajenas, o tragan aire, o se hacen air uvas (sí, a lo air guitar) o se buscan alternativas. Y las pasas no están tan mal, oye. Y si se ha de hacer el pena, se hace. Y si se han de aguantar envidias familiares por que no quieren que acabes antes de tiempo, pues se aguantan. Pero luego no me puedo engañar. Voy a tener mala suerte y ya está. Con alegría que lo llevo. Ahora, si me ponéis una velita de esas buenas, pues tampoco voy a decir que no.

Comes pasas y al final acabas borracho perdido en una discoteca, robando pan y haciendo concursos. Stop. Soy consciente que he dado un montón de información alarmante en menos de dos líneas, me voy a explicar. Yo beber, no bebo. Últimamente proclamo con la boca torcida aquello de “yo sólo bebo en ocasiones especiales”. Lo malo es que todo es especial. Total, bebí y ya está, que parece que tenga 15 años y me haya pillado mi madre con una botella de JB en la mano. Y cuando bebes, haces cosas raras. Que tampooooooco, pero es que está muy de moda echarle la culpa al alcohol. “Ahhh, ha sido el alcohol, eh. Yo normalmente soy simpática, lista, agradable, entretenida, original, y hasta guapa, atractiva…; pero es beber y ya me vuelvo fea, tonta, digo chorradas… si es que es por el alcohol. Y no. Pedro no me gusta; si me lié con él es porque estaba borracha, nada más”. Y como está de moda, vamos a echarle la culpa y diré que “nunca en mi vida habría robado una barra de pan, medio congelada medio normal, de un restaurante, me la habría puesto entre las tetas, la habría impactado contra la cara de los discotequeros, se la habría enseñado a los seguratas de la discoteca, ni mucho menos la habría insertado violentamente en los orificios nasales ajenos ni se la hubiese ofrecido a un pesado donjuán después de haberla tirado por el suelo (ni éste se la habría comido)” peeeero, como iba borracha, es otro asunto. Como el tema del concurso, que yo no soy de las que va diciendo “hola, has sido seleccionado para tocarme el culo y decir qué opinas” así a bote pronto, no. Aunque ya se sabe… después de tres copas... Puntos suspensivos, puntos suspensivos. Anda ya y que les den a los excuseros. Lo hice y lo confieso ante todos los habitantes de la tierra del año 2007 (lo de poner el año es para ir practicando, que tengo exámenes dentro de poco y no la quiero cagar en esto. Los de psicología son muy putos y te restan por todo).

Comes pasas y luego acabas la tarde del día 4 (aquí intentando relacionar conceptos para que salga algo medio coherente) corriendo detrás de 5 carrozas (no es un número aproximado, no. Dudo que hubieran más de cinco; espera que cuente: la de los angelitos, la del rey rancio, la de… sí, creo que cinco, ponle seis para hacer felices a los del barrio) (media hora para hacer la tesis de las carrozas) para coger -quien dice coger dice robar, pegar al de al lado, atentar contra los vehículos, meterte entre las piernas de la gente, enseñar el tanga, rebozarte en la mierda del suelo, chillar como histérica poseída, bailar con señoras cogidas de la mano mientras te tiran, patéticamente, papelitos y tú pones cara de Leo Dicaprio en Titanic cuando hace la escena de baile de dar vueltas, entre otras- caramelos, que luego chuparás y tirarás. Porque yo tengo una gran doctrina, atención guionistas de películas como “Valentina la Mamona” o “La almeja del capitán”, voy a dar una frase que podría ser interesante: “yo no dejo de chupar hasta que se me queda la lengua tonta y me sale sangre”. Y luego me intoxico yo sola, de tanta caloría suelta. Pero para seguir mi línea de discrepancias, cuando llego a casa me zampo quilos de ensalada con una salsa rosa (del Mercadona, que me dan comisiones si los anuncio) que sé de antemano que me sienta mal. Y, para más inri, de postre como spaguettis con tomate y me monto una fiesta estomacal. Lo que yo decía, las pasas no han sido una buena idea.

No sé yo si, después de todo, los reyes me van a traer algo. Al final, con la broma, me voy a tener que comprar un tanga amarillo.