viernes, 18 de mayo de 2007

Pom pom pom pom pom, ¿qué película?

8/ 05/ 07. Apuntes que danzan por la calle*,

Me siento estúpida, eso lo primero de todo. Y ahora viene la explicación: el boli no combina mucho con mis complementos, y los sujetadores (ah, ¿que llevo dos?) estaban bien para la bisutería rosa inicial, no para la verde. Pero da igual; porque la gente no se fija en esas cosas. Están muy ocupados con sus mentecatas listas de qué haceres.
Si nos fijáramos en las pequeñeces, haríamos al mundo más grande; y no me cansaré de repetirlo.

Le he cogido la libreta a mi padre, que es músico. En realidad es representante; pero representante comercial. Como una amiga mía (de esas de la infancia) creyó que era un representante musical, ahora juego con eso. Así que, con el poder de la generalización, mi padre es músico.
Por eso tiene montones de libretas con pentagramas y claves de sol. Qué afición tan rara tienen los niños con dibujarlas. Recuerdo que a mí me encantaba hacerlo en la pizarra, aunque fuera alérgica a la tiza y mis dedos metamorfosearan en tomatitos al depositarlas de nuevo en la pared verde. Lo hacía de todos modos.

Voy hacia la universidad, aunque no para hacer clase. Hoy sólo tenía una hora de teoría, así que me ha parecido mejor idea quedarme en el balcón con los pechos al aire, mientras se doraban al sol y yo leía Curioso Incidente del perro a medianoche. En realidad, mis pechos seguían tan blancos como siempre sólo que, al final, para no oírme, se han teñido del color dorado de la crema del Mercadona. Siempre hay un truco oculto.

Me acaban de dar un folleto en el ferrocarril: “Habitatge i precarietat. Les lluites pels drets socials”. Y me ha hecho recordar a la política. Y a todo el rollo electoral que se ha vivido en Francia estos días. Y me da igual, la política.
No me gusta la gente que habla de ella sólo porque es lo que ha oído en la tele, o porque se lo ha dicho el vecino. En realidad, no es su opinión; lo repiten cual telegrama. Y eso es peor que lo mío.
Sin embargo, me gusta la gente que confiesa no entender una mierda, que es todo muy liado, y que nunca se lo enseñaron.
A mí me gustaría saber. Pero para eso me tendría que informar. Y es eso lo que nos da pereza. Buscar. Así que nos quedamos en el lado oscuro diciendo que, como total no cambiaremos nada, no lo intentamos. Pero no es eso; la verdad es que nos da pereza saber.
Me encantaría que alguien se sentara a mi lado ahora mismo y, en un solo trayecto, me lo contara todo. Entonces sí entendería. Pero no sé si, de todos modos, me gustaría. Ya volvemos al conformismo.

Se ha sentado un chico de unos 25 años dos asientos delante de mí; lo veo en diagonal. Cuando alguien desconocido te mira, te comportas raro. Haces como tics o ataques epilépticos, y eso siempre me ha resultado muy gracioso. Como es lo que tengo que hacer para una práctica, lo voy a observar. Preparada para la enfermedad griega.

No deja de tocarse la barbilla. Es como cuando te sale un grano subterráneo y tú te esfuerzas por tocarlo. Y es un dolor agradable, por muy masoquista que parezca. En realidad, me temo que sólo está pensando. O se aguanta la cabeza por el traqueteo del tren.
Ahora mira su reflejo en el espejo. Lo hace de forma descarada, y se coloca el pelo. Por lo menos es sincero. Hay otros que lo hacen de reojo. Pero, al fin y al cabo, todos lo hacemos, lo de mirarnos al espejo.

Me acaban de mandar un mensaje al móvil. Así que he abortado la misión de espía (tachado) de antropóloga inocente. He dedicado una parada y media para: (1) encontrar el móvil entre las mil andróminas de mi bolso industrial barra saco de dormir (de 5 plazas), (2) abrirlo (recordar: manos ocupadas con material de papiroflexia), (3) procesar el mensaje y (4) responderlo. Con todo, he perdido la pista de mi sujeto. Le acabo de decir adiós con la mirada. Me ha correspondido (es importante jugar al rol playing de esquizofrénica en las observaciones de campo), pero me ha evitado rápido. No sabe que era una despedida.
Es curioso: nos cruzamos con cientos de personas cada día que jamás volveremos a ver. Y es una pena.

Después de dos horas en el gimnasio (clase de tonificación y aeróbic), me encuentro de nuevo en el ferrocarril, aunque dirección opuesta. Un año antes, y otro gallo cantaría. Es otra de mis penas.

Todos vamos solos. Como nadie sabe para dónde mirar, CORRIJO: como todo el mundo acepta las normas implícitas de “no mirarás al prójimo en los transportes públicos”, parece un vagón de autistas bizcos. Para no entrar dentro de este rango, tenemos a los que leen, los que duermen, y los que miran por la ventana. Más allá de eso, está el grupo citado que se dedica a mover la cabeza de un lado a otro, hasta que algún otro con el mismo papel cruza mirada con él y ambos optan por hacerse los remolones, con el movimiento de cabeza pertinente y la cara de longuis apropiada.

No me gustan demasiado las personas con reloj. Son necesarias, a veces; pero no consiguen atraerme (absurdo radicalismo en efervescencia). No es que crea que el reloj es inútil (que un poco), sino que no me gusta la doctrina de llevarlo atado a mi cuerpo, a mi muñeca. Es por eso que, a veces, de forma metafórica me pongo uno y le paro la hora. Así pienso que puedo controlarlo. O que, en realidad, no me importa.

Y no es una mentecatez (palabra rescatada de mi tonto juego de encontrar sinónimos en el Word). Y tampoco estoy diciendo que nunca mire la hora que es, porque de este modo nunca llegaría a mis citas. Lo que me horroriza es que me mande algo tan abstracto. Sólo me engaño jugando con él un poco. Aunque sepa que él va a ganar igual.



Última teoría creada hasta el momento, en días de grado alto de fobia social, en los que me dedico a acampar en el terrado de mi casa durante horas, con un lápiz, cuatro hojas, algún que otro libro, un cojín y una toalla (ya he dicho que iba de acampada):
El amor no se mide por el grado de sufrimiento que se siente cuando no se está con la persona amada, sino por el grado de satisfacción que se siente cuando se está con ella.






* En memoria a una chica que redactó mientras andaba y no murió en el intento.

domingo, 6 de mayo de 2007

Como una torre demasiado alta

Hoy, día de la madre, he acabado encerrada en la habitación de ésta leyendo el kamasutra. Sí, no es algo muy normal; pero tampoco es normal ir a una clase de universidad disfrazada de princesa de Sant Jordi, con cuatro personajes más, y hacer una performance. No me viene de aquí.


Lo que aparece en ese libro es algo a lo que todavía no le he encontrado un adjetivo para definir y, como el egoísmo no es una característica muy notable del hombre, voy a compartir lo que hay entre esas líneas y dibujos.

Cuando de pequeña me preguntaban qué quería ser de mayor, yo respondía: periodista, abogada, profesora, actriz (dependía de la época de lucidez mental en la que me encontrara). Estaba equivocada. Lo que de verdad debía pedir es: ser escritora y dibujante del Kama Sutra, Ananga Ranga. Poder llamarle a mi flor yoni (un poco cholo el nombre), y a la cosita de mi compañero lingam (lingam lingam sbsbsbsbsbs, ven aquí, ven bonito, ¡busca busca!). Sólo así podría llegar a ser feliz. Feliz y experta en el arte del sexo.

“El mordisco hinchado es el que produce una hinchazón”. Vale, está bien saberlo. Pero, siendo ya arriesgada, me atrevo a preguntar: ¿hace falta volver a Cromañón, desangrar a tu compañero, llenarlo de bultos y heridas? ¿Se pueden usar palos? ¿A mayor dolor mayor placer? ¿Debo ponerlo en práctica con cualquiera, o necesita entrenamiento especial? ¿Luego tengo que recibir ayuda psicológica?

“Cuando la mujer se pone a gatas, como un animal, y el hombre la monta como si fuese un toro o un semental, se llama postura de la Vaca”. Más dudas: si la mujer se pone como un animal (indefinido), y el hombre como un toro, ¿por qué se llama Vaca? ¿Se tiran una sábana encima y supuestamente recrean la forma, mientras emiten muuu muuu? Me voy a ausentar dos minutos para preparar la Granja de Playmobil. Tengo que ir ambientando mi nidito de amor.

Seguimos.

En el sexo no todo es bonito, como ya se ha visto con el Hinchazón: también puedes golpear a la pareja. No dice qué utensilios usar (una versión adaptada española podría añadir el “bolso”), pero te indica cuatro maneras de realizar la dulce maniobra: con la palma de la mano, con los dedos ligeramente contraídos (señor del Kama Sutra, me va a perdonar ud. pero esto no lo acabo yo de visualizar. Sólo soy capaz de verme con una contractura en los dedos), con el puño (a mala leche), con el dorso de la mano (del estilo “no soy violenta pero las lanzo igual”).
“Estos golpes son dolorosos y la persona que los recibe suele emitir un grito de dolor”. Lo básico es la sinceridad y ya te avisan, que vas a hacer daño. Encima tienen la amabilidad de enseñarte qué tipo de sonido es probable que hagan. No lo voy a plagiar aquí, porque tampoco lo he acabado de entender muy bien (esto y porque, siguiendo mi condición de tonta, he cerrado el libro perdiendo, así, la página). Lo que sí puedo decir es con qué animales se asemejan los sonidos orgásmicos de las mujeres; increíble pero cierto: “al grito de la codorniz (Lava), del cuclillo indio (Kokila), del palomo de cuello manchado (Kapota), del pato Hansa y del pavo real (haga el lector el favor de aplaudir mentalmente a los observadores de campo que llevaron a cabo esta investigación)”. Estas técnicas orientales me traen loca. Mañana mismo me voy al zoo a imitar sonidos.

Sadomasoquismos y canciones varias a parte, también he aprendido algo sobre seducción y afrodisíacos. Afirman que un ungüento compuesto de tabernamontana coronaria, de costus speciosus y de ftacourtia cataphracta puede utilizarse como crema de belleza. Ajá. La pregunta no es si habrá de eso en el Mercadona, ni siquiera si seré capaz de repetirlo sin ahogarme; la gran cuestión es por qué lo tenían tan escondido. Se ha de ser egoísta para ponerse eso por las noches y poder dormir tranquilo. A partir de ahora me iré a dormir a las 5 de la mañana. Es importante ver todos los teletiendas posibles. ¡¡Seguro que, después de la baba de caracol, nos dan alguna información sobre la tabernamontana […]!!

Afrodisíacos, ungüentos y ahora hechizos. Mucho Harry Potter veo yo por aquí. Con lo que nos complicamos la vida y se ve que cogiendo un cráneo humano del cementerio o quemadero (algo muy habitual) en el octavo día de la quincena iluminada por la luna del séptimo mes Ashvini (importante contacto previo con la NASA), exponiéndolo al fuego, recogiendo el hollín en un plato (¿sopero? ¿de postre? ¿importa si hay restos de macarrón?) y llevándose a este último a la superficie inferior de los párpados serás capaz de fascinar a todo el mundo (eso si no te coge una infección en los ojos que te quedas hasta ciego). ¡¡Fíjate tú que facilito!! Pero si te pregunta alguien “qué tienes en el ojo”, ¿qué respondes? “Nada… el otro día que fui al cementerio y me dije, ¡voy a quemar un ratito su cráneo!... y me fui animando y animando y aquí me tienes… Si es que no somos nadie…”

Cuando la letra ya atentaba a mi autoestima, porque no lograba entender las cosas, pasé al material gráfico. Vale, pues voy a contaros un secreto: los modelos son un hombre (feo con ganas) con un gorro que va cambiando a cada foto, y (y aquí viene lo sorprendente) un travolo. Que no nos engañen más. ¡¡Eso es un tío!! Lo que pasa es que le han puesto una sábana en la cabeza y unas tetas de implante, para disimular, y ya se creen que los europeos nos lo creeremos. Pero a mi no me engañan. Ese tiene más bigote que yo cuando pierdo las pinzas de depilar. Y no se hable más.

No. Porque luego viene cuando me tengo que plantear el uso que hacen mis padres del libro; de si el gallo que canta por las mañanas es del vecino o es mi madre teniendo un orgasmo; y de por qué me faltan piezas del Playmobil.




Dejadme regalaros un fragmento que alguien me regaló en su día. No sólo leo kamasutras, sino que también Almudena Grande también ha pasado por mi retina. De mayor, Kama Sutra y Castillos de Cartón:


"Era demasiado amor. Demasiado grande, demasiado complicado, demasiado confuso y arriesgado, y fecundo, y doloroso. Tanto como podía dar, más del que me convenía. Por eso se rompió. No se agotó, no se acabó, no se murió, sólo se rompió, se vino abajo como una torre demasiado alta, como una apuesta demasiado alta, como una esperanza demasiado alta."