viernes, 29 de diciembre de 2006

"I si no cagues fort...!"

Cada día la Navidad me asusta más. O cada día me asusto más yo. Si es que ya sabía yo que eso de no hacer nada era contra prudente; no me puedes dar dos horas extras de no actividad, porque acabo pensando, y eso es un problema. Que pensar es malo, pero analizar es peor.

Cuando analizo (una vez cada mucho tiempo), me acabo planteando la vida y todo. Que me han estafado, señores. Hoy lo he visto muy claro. Me han hablado del cagatió, la super tradición catalana (más que la del pa amb tomàquet, mucho más, dónde va a parar), y he acabado repitiendo la frase inicial, con voz en eco (eso internamente queda chulo chulo. Luego te enfadas porque sólo tú ves los efectos doblesound round –sí, sí, el de las teles- y ya te tienes emparanoiado con tu esquizofrenia –vale, siempre hablo de la misma enfermedad; qué pasa si hice un trabajo de eso, a ver; qué pasa-) (volvemos a lo de mis paréntesis quilométricos). Que venga un tio con traje rojo, borracho perdido (sólo hay que verle la nariz. ¡Hasta su reno va borracho! Aiii, Rudolf, Rudolf…), pase todos los controles de alcoholemia (un poco cogido con pinzas, pero pasa) y llegue a tu casa por la supuesta chimenea u otras variantes (entra por la ventana, traspasa paredes, bla bla)… tiene su coherencia; poca, pero la tiene. Que te haga ilusión que tres tíos en camello lleguen a tu fantástico hogar vestidos de noble medieval, a lo desfasado, todo hay que decirlo, y se coman todas las guarrerías (y las sobras, no nos engañemos) que tus padres les ponen (además de la gran inocentada de pensar que se comen lo de tu casa y lo de 20 mil casas más, que encima suele ser lo mismo: unas cuantas neulas rotas, seguramente del suelo; un poco de turrón que el gordo de la familia ya no se pudo comer; y cuatro cigarros del padre, que luego se fuma histérico), también tiene su coherencia. Incluso aceptaría lo de poner los zapatos cerca del árbol para la inútil misión que vean lo limpios que están y te dejen más regalos (por favor, el inventor de esta tremenda idea se dirija a mi persona y me comente qué naricísimas estaba pensando cuando creó tal estupidez). PERO LO DE DARLE A UN TROZO DE MADERA Y ESPERAR QUE CAGUE, eso si que no. Y muchísimo menos creer que CAGARÁ REGALOS. ¿¿¿¿¿En qué nos estamos convirtiendo????? Si la actividad no era patética de por si, se entona una ridícula canción (que siempre hay algún familiar que no se la sabe. O el típico intelectual de cagations que sabe dos versiones y entra en conflicto) mientras se le va pegando con palos. Que lo malo es que nunca hay palos. Así que todo se vuelve más surrealista cuando te ves con cuatro niños más (y algún padre envidioso) dándole CON CUCHARAS (los más privilegiados podrán usar los macrotenedores esos de madera. Lo malo es que como no se suele tener más de uno, los otros se joden y le dan con la cuchara, sopera si hay suerte; normal si se es desgraciado) a una madera con barretina y con cara sonriente. Luego a ver quién le dice al niño que Pinocho no existe. Como no va a existir si luego pegas (dios, qué violencia) a un trozo de madera y te caga unos calcetines. No se puede ser más mentiroso.

Me voy a quejar al departamento de Comisión de fiestas Navideñas, sección Cagatió. Ja! Esto no se va a quedar así.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Navidá, navidá; ven acá corriendó!

Vaya vacaciones. Bueno, vacaciones vacaciones, no, eh. Porque Navidad es más bien voluntario que otra cosa. Yo lo tengo así impuesto. Tendría que estar estudiando pero yo soy voluntaria y colaboro con las vacaciones. Si es que no se puede ser más bueno.

Pero es que no veo yo el espíritu. Antaño recuerdo yo que adornábamos la casa y colgábamos cosas de todo lo posiblemente colgable. El año pasado pusimos cintas de esas con pelos que parecen papel alval por todo el comedor. La idea fue mía, tampoco critiquéis mucho. Si es que me das cosas de navidad y me transformo. Pero este año, por haber, no hay ni belén. Bueno, a ver, de forma estricta no lo hay; pero mi hermano el pobre compró un caganer. Y ahí está, escondido por el mueble.
Lo que si que hay es polvorones. Por todos los lados. Ya puedes ir al lavabo que también encontrarás una bolsita de papel celofán con sorpresa calórica dentro. Y turrones. Pero es que por haber, no hay ni ganas de comerlos. Algo raro está pasando. AI, AI, AI, qué está pasando.

Y lo de las comidas familiares es otro asunto. Porque este año ni vídeo ni cámara ni nada. Mi abuelo hace el esfuerzo de comprar una de usar y tirar. Pero con lo que los visito, ya me puedo esperar a las Navidades siguientes para ver el careto. Y ver una foto al cabo de mucho tiempo es como que te den un regalo de cumpleaños una semana después, que no hace gracia. Todo sea por ver a mi abuelo feliz dándole a la ruedecilla para luego pedirle que te deje ver cómo habéis salido. Luego pone cara como que no entiende nada, y tú te ríes inocente. Lo que yo diga, lo de cada año.

Llevo desde la comida de Navidad comiendo lechuga sin parar. Creo que he vuelto a cogerla como adicción. Me voy a volver caracola o me desintegraré a modo de heces. O quizás acabaré haciendo la fotosíntesis. Menuda una aventura; al final me usarán de árbol y me colgarán bolitas. No; suerte que este año no hay el espíritu.

Aunque yo sé que la gente lo vive. Hasta Internet lo vive. Que me pega cada susto que un día tendrá que venir la ambulancia a hacerme una visita. Que ya podría tener algún médico vecino, en lugar de estúpidos que me critican por poner la música alta. Anda y que te traigan unos tapones los reyes, so aguafiestas. Lo que decía de Internet, que ya me disperso. No tenía suficiente con los pops ups de la Paulina Rubio, que ahora me tienen que salir ventanitas con villancicos unos decibelios más altos de los permitidos, además. Yo es que creo que sueño con ventanitas musicales. Al final voy a crear moda y sacaré un nuevo tipo de esquizofrenia, los que ven y oyen ventanitas musicales. Es que encima aparecen así, sin avisar. No hay derecho.

Lo que sí tiene de bueno la Navidad es que me puedo quejar cuanto más. Me encanta a mí quejarme. No me quiero ver yo de mayor en la plaza del pueblo. Quien dice pueblo dice ciudad, que no sé qué es peor. Me iré a mirar las obras de la Sagrada Familia y criticaré. Ah, sí. Porque todavía estará en obras.
O mirar películas. Porque me conviene. Mi cultura peliculera es tan nefasta como mi cultura política. Bueno, mentira; menos. Porque de política me sé menos uno. Vaya un problema no saber de cine. Que luego miro películas y me asusto. Ayer vi Réquiem por un sueño y doblada que estaba yo en la cama. Tanto metesaca de agujas, tanto chasqueo de dientes, tanta nevera que se mueve sola (plagio a polstergeit versión nevera), tanto folleteo no deseado… qué me sulfura, me sulfura!! Y tengo otro problema, que luego me creo que estoy en la película. Y ya me tenéis dos horas ajetreada porque creo que la nevera me persigue. Por lo menos algo he aprendido: nada de vestidos rojos, nada de pastillas de colores, nada de dilatar los ojos y nada de ser puta. Pero nada, eh. Lo que da de sí una peli.

También me gusta hacer una cosa muy ridícula. Cuando voy por la calle y paso por las mil nanoparaditas donde los hermanos compran caganers inútiles, me agarro al abrigo y me lo aprieto (dios, qué construcción) contra el pecho. Luego pongo la cara esa de pan del Messenger y, seguro, me pongo medio bizca. Entonces todo se para hasta que alguien choca contigo. Pero como es Navidad, nadie está borde. Bueno, nadie nadie…
Esto de hacer cosas raras lo llevo bien. No lo escondo. Mis padres me aceptan. Hasta aceptaron mi pseudovegetarianismo en la comida de Navidad; qué sorpresa me dieron con eso. O eso, o hacen como que me aceptan. Y a mí ya me está bien. Mientras no me cierren en la habitación y me pasen la comida por una rendija, yo tan contenta. Bueno, y si lo hacen, por lo menos que no me quiten el Messenger.

Vaya unos vicios más raros que tengo. En fin, feliz año nuevo a todos.

Ya estamos con la tontería otra vez

Que me he dado rabia y ya está. Y como en mi casa me huelen las ganas de contar historias con más de 170 palabras por minuto, he decidido reabrir mi diario personal. Lo feliz que estaba yo antaño con mis pequeños relatos, y lo tuve que dejar. Estaría ocupada. Pues no, no lo creo. Porque curiosamente hoy en día todo el mundo está ocupado pero ese mismo mundo se sigue conectando al dichoso Messenger. Que no me lo explico. No.

Cabreada, y con rabia. De esa que tiene el superman de la Arare, pero sin haber comido pasas. Aunque no habré comido pasas, pero mi escritorio está hecho un asco. Maíz, atún, cola calo… es como el quiero y no puedo del Mercadona; o como la unión de todos los productos usados del PRYCA. Que no se yo si todavía existe; pero de pequeña, cuando todavía era un ser familiarmente social, iba a esos macrosupermercados y siempre me encontraba envases gastados. Tacaños que somos; nos irá de 60 céntimos.

Sigo intentar explicar por qué me siento mal. Pero es que no puedo. Soy como las típicas marujas que no dejan contar a la amiga vecina del piso de arriba por qué su detergente ya no es lo que era. Me gusta boicotearme. Será por la educación que me han dado. Será.

Total, que estaba yo en clase con mi estuche desparramado, mis zumos acabados, mis bolis, mis hojas bien organizadas y mi pasatiempo, cuando el reloj que me había dibujado en la mesa marcaba la hora de irme. Y aquí viene el problema. Que mi bolso es muy grande pero yo siempre me creo que no llevo nada. Así ando, que me dejo las cosas allá donde voy. Como el móvil. Ya van dos veces, no creas tú que hablo por hablar. Que tampoco pasaría nada si lo perdiera, porque va a ratos. Pero las fotos que tengo atentan contra cualquier moral humana. Y eso no puedo permitirlo. No puedo dejar que años de evolución se vayan al cuerno por un descuido mío.

También me he dejado la agenda, pero eso ya es otro tema aparte. Más peliagudo, diría yo. Porque si las fotos son un estímulo aversivo para los fotorreceptores, y los otros cuatro tipos de células restantes (incluso me atrevería a decir para toda la corteza occipital), la agenda deja al lector kao. Así mismo: moribundo durante horas. En ella no sólo encontramos cosas como “llama a Pepito porque tienes que quedar para el Sábado” o “acosa a Menganita porque tiene tus apuntes”, sino que también hay conversas en las que me dedico a hablar conmigo misma (a veces se nota la falta de amigos), con corazones varios y frases de ánimo.

Suerte de la gente. Al final me van a conocer como la cabeza loca. “Ey, qué tal; cómo va tu cabeza”.”Nada, hoy me la he dejado en casa, que tenía sueño. Ayer se quedó mucho rato en el misinger y ya se sabe. Así que ahí se ha quedado. Es por no molestar”.

Luego pasa lo que pasa. Que el receptor Calcuta llama a tu madre para comunicarle el falso robo. Tu madre no tiene ni idea de lo ocurrido. Tu madre intenta llamar a tus amigos (otra cosa no, pero mi madre esto lo hace de maravilla. Creo que trabaja en el FBI). Esos amigos se ponen en contacto entre ellos. Todo el mundo está histérico. Piensan en llamar a la tele. En poner un anuncio en el periódico. Mientras tanto tú estás tranquilo hablando con una amiga en medio del pasillo. Los planetas se alinean contra tú persona y tú ni te enteras. Qué genial es ser despreocupado a veces.

Como la despreocupación que tengo ahora. Con todo desordenado: las botas por aquí, platos con comida mohoniana por allá, cosméticos absurdos… Helada de frío, pero con shorts, para seguir el hilo conductual de mi incongruencia habitual. Y delante de una pantallita, aporreando un teclado con más roña que otra cosa (creo que un día las letras levitarán y podré hacer la escena tan domótica que hizo mi viejo amigo el Cruise en una película – que lo digo así tan generalizado más que nada porque: ni he visto la película ni tampoco me se el título-). No importa si mañana tengo un examen. Que para eso ya me estuve ayer media hora hablando sola por la calle, cogida al móvil (estratégicamente puesto en silencio) y andando destino casa. Si algún día me veis por la calle con acento inglés, es que estoy practicando para el First. Pero ahora eso no importa, no. Lo realmente relevante es que a las 8 (si quedan tres horas todavía es un tema en el que prefiero no entrar: si mi rasgo de personalidad es ser exagerada no quiero que nadie me reprima; luego se cogen traumas y no voy a querer señalar a nadie) cogeré el coche y lo desplazaré hasta Barcelona, para hacer como que hago piruetas, en el entreno de patinaje. Y ya que estamos quiero decirle al RAE que incluyan “como que hago /haces hace hacemos hacéis hacen/” como nueva entrada, totalmente distinta a la del verbo hacer. Ya está, sólo ese apunte.

Que orgullosa que estoy de mi misma. Medio siglo sin hablar conmigo (exceptuando el día que me fui sola de excursión, me perdí y patéticamente lo conté todo en unas hojas que, lógicamente, se desconoce su paradero) y sigo teniendo la capacidad de no autoaburrirme, aún siendo consciente de lo irrelevante que puedo llegar a ser. Pero mucho. Como ayer, que me dediqué minutos y minutos a imaginar mi persona del sexo opuesto ideal. Vale, ya está, la típica mirada que pretende ridiculizar a mi persona. Pues es un ejercicio, aparte de entretenido, que ayuda a entender muchas cosas y a organizar ideas (esto tampoco es un intento desesperado por salvar mi orgullo y dignidad).

¿Las conclusiones que saqué? Diré unas cuantas, porque cuando me animo mi cerebro procesa tan rápido que hasta pierde información. Pronto el área encargada a las Tonterías se hará tan grande que comerá terreno a las otras y me quedaré tonta. Pero tonta de remate. No importa.

Imaginando, llegué a la conclusión que me gustaría que se le pusiera la nariz roja con el frío, y que siempre se tapara con una bufanda (vamos a ver, boicoteadores de ideas, es obvio que en pleno agosto no va a llevar una sábana envuelta al cuello). Que en su habitación encontrara una taza con una bolsita de té colgando (se acepta cualquier tipo de infusión). Cuando lo he contado esta mañana mis amigas me han mirado preocupadas, cuestionándome qué podía inferir de eso. Pues infiero que le gusta pasear la taza por toda la casa hasta acabar en la habitación donde, por pereza, la deja hasta que quiere más. ¿Y eso que tiene de gracioso? Bueno, pues que me gusta y punto.

Otra cosa que me haría especial gracia es que fuera amante de Bricomanía. Marisabidilla de todas las máquinas presentes en el programa, pero que no supiera usar ninguna. Eso sí, que lo intentara. Y que mirara con ilusión las revistas dedicadas al tema. Y que colgara cuadros, lijara cosas (esto es muy típico) y restaurara muebles. Que no sé bien con qué finalidad, porque bien útil que es el Ikea; pero siempre queda bien decirlo. Luego te encuentras con tu amiga y le dices que tu novio está en casa atornillando y desatornillando la pata de la mesa del comedor por ningún motivo y ya tienes prestigio. Que sí, que es verdad.
También me gustaría que fuera un poco maníaco obsesivo con el tema de viajar a Nueva York, y se motivara buscando información sobre el tema. Como un treball de recerca, vamos. Pero sin ser tan cutre.

Luego lo imaginé con una libreta bajo el brazo, allá donde fuera. Contando vete tú a saber qué batallas, criticando, filosofeando, contándose chistes a él mismo (si tiene el mismo humor estúpido que yo, se hará gracia), inventando historias…

Y sin reloj. Y que cada vez que le preguntara la hora me mirara enfadado y me soltara no se qué discurso sobre su doctrina del tiempo. Y me embobara escuchándolo, hasta que al final su voz me sonara a viento.

En su lavabo encontraría un neceser lleno de utensilios para la higiene bucal. Y cada noche, antes de leer, lo usaría hasta dejarse una boca bien limpia. Después de eso leería y marcaría las partes que considerara destacables. Que me da igual que sea una aberración, para muchos, pintar los libros. Pero a mi me ayuda a recordar cosas importantes, y con eso me basta.

Si tuviera miedo a los perros, sumaría otro punto. Porque lo podría abrazar y me reiría tiernamente de su miedo estúpido. Aunque sumaría más puntos todavía si hubiese memorizado una gran lista de cosas absurdas (como nombres de pájaro) y la recitara en ocasiones. O que se hubiera aprendido los diálogos de su película Disney favorita.

Películas. Películas tendría muchísimas. Y me impresionaría contándome las trifulcas de los directores. Y sacaría películas totalmente desconocidas para mí.

Por la noche, me contaría cuentos. Uno distinto cada día. Su imaginación y originalidad sería tal que nunca se le acabarían las historias.


Paciencia es lo que he de tener conmigo. Paciencia y orden. Y eso es lo que voy a llevar a cabo ahora, antes de que la vecina del cuarto baje a mi cuarto e intente comprar alguno de los mil alimentos que tengo por aquí. ¡¡Que esto no es un Mercadona, señores!!